Mientras crezcan tomates en las aceras
Desde hace sólo unos días, vivo en un proyecto de barrio y, aunque falta mucha vida por llegar y soy la segunda habitante de un edificio entero, la sensación me gusta. El otro día paseando por la zona con Ron, vi tomateras colgando a pie de calle, en la acera. Tuve que parar y hacer una foto.
Alrededor del edificio hay casas bajas, todas diferentes unas de otras, pero aun no le pongo cara a la gente que vive en ellas. Hay perros que van en manada como las pandillas urbanas y la vegetación es curiosa: flores de playa, campanillas blancas, plumeros muy altos, muchísimos, para hacer ramos de flores secas, árboles amarillos que hacen un contraste precioso con el azul del cielo, y las puestas de sol se ven increíbles… Es tranquilo para pasear con Ron y a él parece que le gusta.
A la vez que ilusionada con la nueva casa, hacía mucho tiempo que no me sentía tan agotada. Según los expertos, las mudanzas son una de las situaciones más estresantes de la vida. No sólo porque implica desmontar y montar una casa entera o parte de ella, sino porque además suponen un cambio, una situación nueva que a veces genera grandes dosis de ansiedad. Y sí, cierto es que los cambios generan estrés y cansan, pero también son positivos y ayudan a tener una perspectiva diferente. Y así me siento. Total y completamente agotada, pero más motivada de lo que he estado este tiempo atrás.
Aunque aun estoy asimilando el cambio, ese cambio no es tan brusco porque ya todo aquí me resulta familiar. He vuelto a una ciudad que dejé siendo otra. Han pasado muchas cosas en estos dos años. El mundo ha cambiado. Yo he cambiado. Ya no soy la misma que se fue. Y he vuelto con un montón de aprendizaje bajo el brazo, dos años más de edad, y un pequeño y peludo gran compañero de vida. Los dos estamos comenzando de nuevo. Empezamos a escribir una nueva historia desde ya.
Y, aunque no sabemos qué pasará en este circo de mundo, mientras crezcan los tomates alguna esperanza habrá.